Macho de aguilucho cenizo en vuelo. Foto: Tsrawal / Wikicommons.
Macho de aguilucho cenizo en vuelo. Foto: Tsrawal / Wikicommons.

Dejemos por hoy aparcado lo que tiene de romántica la idea de trabajar con la fauna salvaje en su hábitat. Horas eternas bajo el sol en medio de los secanos, discusiones a veces agotadoras con los agricultores y, lo más duro, la impotencia por no poder abarcar territorios tan extensos dada la precariedad a la que han sido condenados los defensores de nuestra biodiversidad en estos tiempos que corren de recortes.

Todo eso y más es lo que le espera al incauto que decida participar en uno de los "clásicos" de la agenda del activista naturalista: el salvamento de pollos de aguilucho cenizo con riesgo de morir al paso de las máquinas que cosechan el cereal a finales de la primavera y principios del verano. A cambio, volverá a casa con una sensación inigualable de haber estado en primera línea de la batalla por conservar nuestras especies amenazadas.

Es 21 de junio de 2014 y el incauto que esto escribe acompaña al biólogo Manu Galán a través de las llanuras cultivadas de Torrejón de Velasco, Pinto, Valdemoro y Parla. Es lo que se conoce como La Sagra madrileña, comarca que a pesar de carecer de protección legal acoge una de las mejores poblaciones de aguilucho cenizo de la región. El año vino más seco y la cosecha se adelantó, de manera que desde principios de mes hay ya máquinas trabajando en las cebadas que recorremos, muchas ya recolectadas por estas fechas.

Es justo dentro de estos cultivos, en el suelo, donde el aguilucho cenizo –y también una pocas parejas de aguilucho pálido– nidifica. La misión de hoy es investigar cuándo van a entrar las cosechadores en las parcelas con nidos que aún no se han segado y para ello la información es la clave.

Manu conduce entre la maraña de pistas que permiten adentrarse en el cereal para salir al paso de las enormes cosechadoras que están hoy faenando en la zona. Es el momento en el que el biólogo cambia de chip y deja de ser un naturalista de campo para convertirse en una especie de relaciones públicas que necesita ganarse a los agricultores para que le cuenten dónde van a entrar las máquinas. Los que las conducen a menudo van con el tiempo justo, no saben hasta el último momento que sector les van a encargar cosechar o simplemente van a lo suyo, pero para romper el hielo, es un decir, estamos nosotros.

Máquina cosechadora en plena tarea en un secano de una zona madrileña donde cría el aguilucho cenizo.Máquina cosechadora en plena tarea en un secano de una zona madrileña donde cría el aguilucho cenizo. El biólogo Manu Galán charla con un agricultor “a pie de tractor” en la comarca madrileña de La Sagra. El biólogo Manu Galán charla con un agricultor “a pie de tractor” en la comarca madrileña de La Sagra.

No exactamente idílico

Manu Galán con dos pollos de aguilucho cenizo que acaba de rescatar de una zona que iba a ser cosechada. Manu Galán con dos pollos de aguilucho cenizo que acaba de rescatar de una zona que iba a ser cosechada. Paramos sucesivamente a lo largo de la mañana junto a varias cosechadoras, más o menos con el mismo protocolo: saludo, reparto de unas gorras y unas bolsas térmicas en plan regalos promocionales de la campaña y correspondiente rato de charla a pie de máquina. El escenario no es exactamente idílico: grandes extensiones de cereal sin un asomo de sombra donde protegerse del calor, el skyline urbano de ciudades como Pinto o Parla en el horizonte y el rumor del ir y venir constante de cosechadoras, tractores, remolques y demás flotilla agrícola. Pero el resultado compensa: tres pollos que rescatamos, literalmente a la carrera, de una zona que iba a ser cosechada pocos minutos después, e ídem para otros dos de una segunda parcela donde las máquinas entrarían en unas horas o como muy tarde al día siguiente.

Manu lleva coordinando para GREFA desde hace diez años este operativo en las colonias madrileñas de aguilucho cenizo. Son ya bastantes los propietarios y cosechadores de la zona que conocen la problemática de esta especie protegida por la ley y saben que deben dejar un rodal de cereal intacto a modo de protección alrededor del nido. Hay algunos incluso que han acabado convirtiéndose en colaboradores de la campaña, siendo ellos mismo los que avisan de cuándo se va a cosechar, como Pablo Robles, agricultor de Torrejón de Velasco cuyo nombre no quiero dejar sin mencionar.

Sin embargo, para no correr riesgos, la filosofía de GREFA es intervenir en cualquier caso, ya que los pollos puedan salir del rodal y acabar arrollados por la maquinaria agrícola o ser víctimas de depredadores naturales, que lo tienen mucho más fácil para dar con sus presas en un campo recién cosechado. “Si nos encontramos en el nido a aves a las que le faltan pocos días para echar volar, simplemente las trasladamos a una zona cercana donde no vayan a entrar las cosechadoras, pero si encontramos huevos o pollos de pocos días, entonces los retiramos y nos lo llevamos para poder criarlos con garantías”, me cuenta mi acompañante.

No todos lo tienen claro

En la temporada de 2014, más de treinta aguiluchos cenizos han sido devueltos a su hábitat natural tras ser trasladados, para completar su crianza, al centro de recuperación de fauna silvestre de GREFA, en Majadahonda (Madrid). ¿No sería lógico pensar que una campaña que tiene como objetivo una especie catalogada como amenazada en la Comunidad de Madrid y que conlleva un componente humano tan marcado como el de la colaboración con los agricultores merece ser apoyada?

Lo tiene claro el grupo de voluntarios de GREFA que asume la mayor parte del trabajo de campo y lo tiene claro el Fondo Emberiza, una entidad privada que corre con la mayor parte de los gastos. Se cuenta incluso con una pequeña ayuda económica del Parque Regional del Curso Medio del Río Guadarrama por estar la zona de actuación en el entorno de este espacio protegido. Pero en cuanto a las partidas económicas que años atrás concedía la Comunidad de Madrid para salvar a sus aguiluchos cenizos, ni están ni se las espera.